25 de mayo de 2007

Contra los Poetas

Mucha gente se resistió al concepto de arte fácil. Es, quizá, esa denominación, un poco arriesgada y algo agresiva. Lo que llevó a muchos a no aceptar esa calificación de fácil es que parece significarse por oposición a algo elevado. De alguna manera eso restituiría la oposición entre arte y no arte, alto y bajo, artista y vulgo, etc. Esto no podría estar más alejado a nuestro propósito. Al hablar de lo fácil no nos referimos en absoluto a una bajeza, a una cara opuesta de lo valioso. Lo que intentamos es referirnos a lo procesual; si a algo entonces tiene que oponerse, o en relación con algo tiene que significarse la característica de lo fácil, es con el concepto de trabajo.
Retomándolo un poco de Hegel, podría reformular el programa del arte como un trabajo del sentido. (El tema del trabajo merece todo un artículo. Toda lo que viene a continuación en realidad puede resumirse en la crítica que hace Hegel a los románticos en el prefacio de la Fenomenología del Espíritu. Lo que él dice ahí, entre otras cosas, es que los románticos pretenden aprehender lo absoluto “de un pistoletazo”. Es decir, en una intuición, de forma inmediata. Mientras que lo que él propone es un trabajo del espíritu, un proceso que conduzca a lo Absoluto. Sacándonos de encima lo Absoluto, y todo lo que eso implica, nos podemos quedar con esta distinción entre trabajo e intuición inmediata para el resto de nuestras consideraciones.)
A continuación, algo de eso de lo fácil y el trabajo en acción.


Hoy en día no hace falta más que ser joven, tener de a ratos accesos de angustia y no ser un completo iletrado para, con total satisfacción, autodenominarse poeta. Escribir poesía es fácil, facilísimo. Desde lo formal y lo material, componer una poesía es simple. Diez o doce líneas, que también pueden ser cuatro o cinco –y las huestes de imitadoras de Pizarnik lo saben muy bien-, alcanzan. En quince minutos, si uno esta “inspirado” –y estos muchachos/as están seguros/as de estarlo cada vez que el novio/a no llama o la sociedad los enajena-, puede empezar y concluir la tarea y hasta separarse unos minutos de recreo en el medio para tomarse un té.
Y hoy en día, más que nunca, esas diez o doce líneas pueden ser llenadas con cualquier cosa. La métrica es cosa del pasado, y la rima parece haber quedado restringida sólo a las canciones para chicos. Ya ni los signos de puntuación son necesarios, rebajándolos a meros artificios pedagógicos. En suma, el lenguaje poético en general se abrió por completo, todo entra en el terreno de lo poético.
Supongo que en esta queja van a leer una actitud reaccionaria y regresiva, un tipo de conservadurismo que pide mantener la tradición. A primera vista puede parecerlo, pero no se trata de eso. Menciono la remoción de estas preceptivas, no revistiéndoles un valor en sí mismas, que de hecho no creo que lo tengan, sino como muestra de que los obstáculos materiales a la hora de escribir poesía son casi nulos. Y tampoco pretendo hacer una apología de los obstáculos por sí mismos, lo que me interesa de su función es que pueden forzar a un trabajo del lenguaje.
De esto sólo me interesa destacar la apertura del campo de lo poético. Hasta podríamos decir que, hoy en día, lo único que hace a la poesía es que su contenido esté encolumnado.
Pero no me quejo de esta democratización de la poesía, de lo que me quejo es de los presupuestos que acarrea en su base. Esta democratización de lo poético, que parece a primera vista progresista y absolutamente posmoderna, no es más que un regreso velado de las concepciones románticas de la poesía.
La poesía, hoy en día, es una especie de residuo refinado del poeta. El poeta es poseído por una suerte de iluminación, una inspiración angustiosa, se para ante la hoja en blanco, y se inscribe en columnas. Por todos lados se ve al poeta. ¿Y que hay de esa iluminación del poeta? ¿Qué hay de su venida al lenguaje? Eso no es problema suyo, la mediación es para ellos lo antipoético en su esencia misma. El poeta expresa, expresa un contenido que le es ajeno a la vez que es sentido, entonces, lo que quede de poesía, el lenguaje en el que esa iluminación es transformada, es sólo un residuo. El lenguaje de la poesía no tiene que hacer o tener sentido, pues es sólo el reflejo de una interioridad, de un Yo caótico pero genial. Y una vez más, el genio. Ya no es la poesía en sí misma lo que tiene que ser experimentado, la poesía es solo un medio, un camino hacia el genio del autor. Y, en esa distribución de los roles, mientras más incomprendida la poesía, más incomprendido el autor, y, por lo tanto, más genial. Una vez más lo que aparece es la pura negatividad. El genio es el que está más allá, por fuera del juego habitual de los sentidos. Pero, ¿más allá dónde? Eso es indistinto para el poeta, lo importante para él es separarse, ocultarse. Esos caminos de la otredad, esos caminos de lo incomunicable del genio, conducen a dos terrenos: el del misticismo y el de la locura.
No hay nada que de mayor placer, y que confirme más al poeta en sus pretensiones, que que se lo confunda con un loco. Es la más patente constatación de que está en un más allá del sentido, y el orgullo de ser tomado por loco proviene de que el poeta, verdaderamente, no cree que está en un más allá cualquiera, sino en un más alto. A los ojos del vulgo soy un loco, piensa, a los míos, definitivamente soy un genio.
El misticismo, por su lado, también actúa en esta formación del poeta. En su Yo, lo que el poeta siente es lo sin lenguaje, la conexión con el todo. La poesía es solo el medio que conecta, y que trata de abrir, a este sin lenguaje que se pretende como un más del lenguaje, un sobre el lenguaje.
En esta búsqueda del más allá, del fuera del sentido, lo que toma el lugar de procedimiento dominante en la poesía actual es la trasgresión, la trasgresión pura. Como una suerte de negatividad, de huida, que lo único que consigue es anular todo lo anterior, hasta sus propias versiones pasadas.

Reconectando con lo anterior, lo que genera la total apertura del lenguaje en el campo de la poesía es la depreciación, el regreso del lenguaje a una posición de puro medio. Si todo lenguaje puede y es poético, lo poético de la poesía no está en el lenguaje, sino que está en otro lado, y ese otro lado es, una vez más, el Yo del poeta. Otra vez entonces la expresión domina la poesía.

Antes de terminar, dos aclaraciones. En primer lugar, un desplazamiento de lo genial: no hay autor genial, pero sí obras geniales. En segundo lugar, en caso de que haga falta decirlo, no estoy diciendo que la poesía actual (o gran parte de ella) no sea poesía, sólo digo que es poesía mediocre, y que nuestra época merece una poesía mejor. Escribir poesía puede ser fácil, mucho más que escribir narrativa, por eso, quien escribe poesía valiosa posee un talento raro que lo hace, a los ojos del lector, más que admirado, incondicionalmente amado.